Atravesamos el portón blanco y nos encontramos con una mesita, un velador y un señor que nos preguntó “¿Van a tomar las clases también?” Pagamos la entrada y subimos la escalera hacia el salón.
Domingo 29 de abril, 17.11 hs. Recibo el mensaje de una amiga. Lichu no se si ya tendrás plan. Sino ¿querés ir hoy a la catedral?
El salón principal tiene pisos de madera, luz tenue aunque con algunas lamparitas de colores sobre la pista. En una de las paredes hay una llanta y llave cruz colgadas, una especie de féretro de vidrio con la imagen de Carlos Gardel con flores cual altar.
¿Qué pedimos? Mmmm, ¿un Elementos y una pizza te va? ¡Dale!. Se acerca un tipo, pelo largo, vestido de negro con un delantal del mismo color y nos pregunta qué vamos a pedir, le encargamos el vino y una fuga.
En la pista hay un grupo de varones y mujeres tomando una clase. Todes en fila siguiendo los movimientos del profesor que les va marcando cómo balancear el cuerpo y poner el peso adecuadamente. Después de dos horas, les aprendices ya dominan los pasos básicos y se lanzan más sueltos al ritmo.
Ya son 12 de la noche los y las bailarinas ocupan el espacio al son del 2×4. Con zapatos de tango, con zapatillas, con pantalón de vestir o jogging, con calzas, pollera o vestidos. Todes están para lo mismo, disfrutar sin prejuicios del tango y el baile.
Es hipnótico, no puedo parar de verlos me dice mi amiga. Ya estabamos terminando el vino y haciendo planes para volver al otro día.
Lunes 30 de abril, 18.hs. Vibra mi celular. ¿Estás para otra sesión de milonga?
Nos recibe otro señor pero con la misma pregunta ¿van a tomar clase también? Por ahora no nos animamos, ya lo vamos a hacer.
Nos sentamos en la misma mesa, se acerca el mozo, que después nos contaría que es un amigo de la casa y que ayuda sirviendo las mesas, y nos dice “esto ya lo viví, ustedes vinieron ayer y se sentaron acá mismo ¿o estoy loco?” Nos reímos y le pedimos lo mismo que el día anterior para seguir con nuestra nueva rutina.
Esta vez la clase era dada por tres, dos varones y una mujer, que según el volante que nos habían dado a la entrada eran Kane, Patricia y Cesar. Al comienzo eran pocos pero se fueron sumando bastantes hasta que en la segunda hora, dividieron al grupo en dos: principiantes e intermedio/avanzado.
Kanes quedó guiando a quienes recién estaban empezando en esta danza y Patricia y Cesar se volvieron alumnos junto al resto de las parejas para que tome el mando “el Indio”.
Yo hago eso y me tropiezo. Decíamos embobadas mientras veíamos las figuras y movimientos fluidos del grupo avanzado. Basta, tenemos que tomar una clase, ¿vos cuándo podés?
Las mesas se fueron llenando, mucho acento yankee pero también mucho porteño y es que La Catedral del Tango en Almagro cumplió 20 años de vida y fue declarado de interés cultural por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (aunque esto no lo salva de clausuras y burocracias que sufren diariamente).
En la mesa de atrás nuestro, había una pareja con sus zapatos de tango prestos para asaltar la pista y en cuanto los profesores se despidieron de sus alumnos, fueron los primeros en avanzar. Unos minutos después ya eran varias las parejas que recorrían el espacio.
Ya era la 1.30 y estábamos terminando lo que nos quedaba de vino en nuestros vasos, pensando en la vuelta a casa. Se acerca un muchacho ¿Bailan chicas? Sonreímos y le dijimos que nos estábamos yendo pero que igual no sabíamos bailar y que lo íbamos a pisar. No importa eso, además en general el que pisa es el hombre ¿seguro no quieren bailar?
¿Cómo dice el dicho? ¿La tercera es la vencida? En la próxima visita a la Catedral seguramente nos sentemos en la misma mesa, pidamos el mismo vino y pizza y le saquemos viruta al piso.
Martes 1 de mayo, 19hs. Che, nos vemos a las 21.30 en la Catedral, ¿no?
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